Vergüenzas y desastres de andar por casa

Los que ya me conocen, saben que me encanta la peli “Alta fidelidad”. En ella, sus protas, capitaneados por Jonh Cusack, tenían tendencia a hacer listas con las mejores canciones para describir cualquier sentimiento o situación. En esta sección ya hemos elaborado algunas, unas con música y otras sin ella.

Hoy les propongo hacer un ejercicio de honestidad. Dejemos a un lado lo idílico y edulcorado de las redes sociales y miremos nuestra cotidianeidad. No somos ni tan perfectos, ni tenemos ese cuerpo 10, ni esas vidas de ensueño, pero lo que sí que albergamos son las ganas de gozar y de reírnos después de recordar aquellos eventos por los que nos sentimos ridículos.

Así que os propongo una lista de aquellas cosas que podrían salir mal y, efectivamente, así salieron, llevándose de paso la poca dignidad (dignidad de andar por casa me refiero) que nos quedaba. Para que nadie diga que somos unos cobardes, empiezo yo. Aquí les cuento mis vergüenzas y desastres de andar por casa:

-El primer puesto, sin duda, se lo lleva el día en que Javi y yo llevamos a Martina a la guardería dos días antes de que empezase el curso. Aún tiemblo al recordar la mirada letal de la directora. Sin palabras decía: “¿De verdad que no sois capaces de enteraros cuando abrimos?”. Sin comentarios. Nosotros, también sin palabras, replicábamos: “¿De verdad que no se puede quedar hoy aquí?”.

-Otra que se repite muchas veces. Ese momento de “tierra trágame” de encontrarte con un conocido, preguntarle por un familiar y como única respuesta recibir un sombrío: “Ha muerto”. Ahí es todo. Y no digo nada cuando te encuentras con un conocido, empiezas a hablar con él o ella, y tratas de disimular a cada instante de que no te acuerdas de su nombre. Y mientras dura la conversación, estás seguro de que no te vas a acordar.

-También estamos los que nos creemos cocineros desde que pasamos tres meses confinados y comenzamos a ver Masterchef. Esto le sucedió a Javi. Alguien le comentó que el truco para asar sardinas en casa y que no se notara el olor era envolverlas en papel de aluminio y ponerlas sobre la sartén. El desdichado no supo prever la reacción físico-química resultante que acabó con la placa de inducción hecha jirones.

-Cuando dormido vas a la cafetera y no queda ni una gota. Buahhhh!!!! Y lo peor, está tan bien cerrada que es imposible abrirla. La imagen de una haciendo esfuerzos y escorzos en la cocina para abrir el cacharro no tiene precio.

-El bochorno incomparable de ir al médico o estar en el probador de una tienda de ropa y tener un roto en el calcetín, aunque, sinceramente, eso a mí me da igual.

-Ir al baño y que no quede papel. ¿Por qué esto no sale en instagram? Yo suelo llamar, parapetada tras la puerta del baño, a mi hija para que me traiga el dichoso rollo. Momento que aprovecha ella para asediarme como si yo tuviera dentro del baño toda la colección de princesas Disney.

-Entrar a la sección de ropa interior de unos grandes almacenes. Salir del centro comercial tan contenta y dos horas después, mientras paseas por el centro, darte cuenta de que llevas una percha con unas bragas colgada de la capucha del abrigo. Tan ridículo como cierto. ¿Por qué no pitaron? Y, lo más importante, ¿por qué nadie me avisó por la calle?

-El último puesto, aunque podría ser el primero. Quizá no sepan lo que es tener que presentarse ante la directora de la guardería, sí la misma de antes, para explicarle que hemos perdido la amada mascota de la clase, Popete, para más señas. “Mire usted, la última vez que la vi estaba en el carrito de la niña”, imploraba llena de culpa. No solo me tocó a mí pedir las disculpas, sino que Javi también tuvo que sostener la mirada inquisidora de la directora y la de las madres que lo rodeaban.

En definitiva, ¿a quién no le ha pasado esas cositas que nos enrojecen o irritan? Todos tenemos esos momentos que nos avergonzaron profundamente, aunque sólo fuera por unos minutos, y que hoy nos hacen reír. Pero, palabrita del niño Jesús, que no se vuelvan a repetir.

Y es que la vida es, precisamente, una sucesión de relatos o historias, no solo las del perfecto postureo. No nos vamos a engañar, quizá en rememorar esas vergüenzas se encuentre la chispa. Por mi parte, y a dios pongo por testigo, no estoy dispuesta a volver a pasar por esos ridículos y me esfuerzo por no volver a meter la pata. Lo hago con toda mi energía, la misma energía que, seguramente, conspira contra mí y los míos para que, una y otra vez, la metamos hasta la rodilla.

Inma Espinilla
Periodista

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