Aparece envuelto en una nube de humo azul, ¡Puf! Tan repentino que no me da tiempo de asustarme.
-«Soy el genio de la lámpara», va y me dice.
Ah, qué buen momento. Asumo que ahora tendré que pedir tres deseos, así, de sopetón. Me vienen a la mente el fin de la pandemia, la paz mundial, la erradicación del hambre; empiezo a sentirme Miss Venezuela recogiendo el ramo de flores.
Quiero estar con mi familia, abrazar una semana seguida a mi abuela, irme de capea con amigos y desconocidos y terminar agradablemente borracha en la habitación de un cortijo. ¿Eso cuenta como cuatro?
Quiero que mis hijos crezcan sanos y felices, que conozcan el éxito y el amor. Sí, por este orden.
Qué egoísta es esto de los deseos. Según se va estrechando el círculo, uno se da cuenta de quién queda dentro aunque lo realmente sorprendente es el descubrir quién queda fuera.
Es una gran responsabilidad esto, los deseos hay que pedirlos bien, sobre todo cuando tienes la seguridad de que van a cumplirse. Quizá debiera pedir por otros, al fin y al cabo… esto es tremendo, cuánta presión, menudo dilema.
– «Dame fuego», le digo. «Y vuelve a la lámpara hasta que se me ocurra con certeza qué realmente deseo pedir».
Y hasta hoy.