Siempre Springsteen

Madrid. Junio de 1991. Desde hacía meses solo vivía para el día en el que cruzase las puertas del estadio La Peineta para, por fin, poder ver a Bruce Springsteen en directo. Desde muy chiquita estaba acostumbrada a escucharlo. Mi hermano, adolescente ya, no dejaba de poner sus discos, sobre todo, esa caja negra que contenía 5 vinilos que recorrían parte de su trayectoria. Imagínense, para mí, se perfilaba un tú a tú legendario, como diría Barney Stinson, de «Cómo conocí a vuestra madre».

Y no era un concierto cualquiera. Springsteen, tras una década de separación, se reunía de nuevo con su banda de toda la vida, la E Street Band en una gira inolvidable. Mi madre, que es una santa, nada más ver en las noticias el anuncio de la actuación en Madrid, me hizo un ingreso para que pudiera comprar entradas para mi hermano y para mí. Menudo regalazo para una estudiante de Periodismo.

Pues allí estábamos, emocionados es poco. Todos sabíamos que con solo levantar la mano Madrid le entregaría su alma. Era un partido ganado desde antes de empezar, pero Springsteen dio más. Tenía dos horas firmadas, pero tocó tres; le bastaba con decir «buenas noches», pero habló durante más de diez minutos en un español con tropiezos para explicar los motivos de su reunificación y nos regaló un tema de despedida en el que uno por uno cada uno de los componentes de la banda cantó una estrofa a capella.

Ahí es nada. Guitarra, maestría y un chorro de energía que envolvía a cada uno de los que estábamos allí. Ese es el Boss; es música, es décadas de acordes, guitarras y es complicidad con “su gente”. He visto a otros grandes –Lou Reed, The Rolling Stones, Bob Dylan, Jonh Mayall…– y nada que ver, en serio, quizá, en Rosendo encontrara algo parecido.

Washington. Enero 2021. Investidura de Joe Biden. Me gustó verlo. Abrigo negro y una guitarra. Sin más. Emocionado, interpretó «Land of hope and dreams». Era su forma de gritar una vez más no a los populismos, al fascismo, a esa política de tripas que se implementa desde los instintos más oscuros del ser humano. Sencillo, directo a lo importante, sin artificios. No le hace falta más.

No era la primera vez. La animadversión de Springsteen hacia Trump es de sobra conocida. Le ha arrojado a la cara su racismo, su forma de dividir, su poca intención de trabajar realmente por mejorar su país… Aun así, su irrupción en los asuntos políticos data de muchos años antes. De hecho, hay quien lo tacha de ser la “mascota del Partido Demócrata”.

Y es que «la imagen de EE UU» no puede tomar partido, pensarán algunos. Springsteen es de todos, es nuestro, mío y tuyo, también. Pero si de algo es emblema «el jefe» es de ser la voz de los que los necesitan, de aquellos que trabajan en fábricas, de aquellos que no tienen la vida tan fácil. «En estos momentos está sucediendo algo peligroso ahí fuera. Poco a poco nos estamos dividiendo en dos Américas distinta. Se está robando a la gente que menos tiene y se da a quienes menos lo necesitan… y así se está rompiendo una promesa. […] Se trataba de que todo el mundo tuviera la oportunidad de vivir una vida mínimamente decente y digna, y la posibilidad de sentir respeto hacia sí mismo», le espetó a Reagan después de que tratase de adueñarse de «Born in the USA».

Yo sinceramente se lo agradezco. Precisamente, la cultura debe cumplir una función contra el poder y el abuso. Debe aprovechar su influencia para alzar la voz, para denunciar y protestar, para marcar los límites. No solo consiste en crear belleza a través del arte.

Por eso le agradezco su arrojo, el no olvidar sus orígenes, el tener claro dónde está y hacia dónde quiere ir. Le agradezco que escriba letras que denuncien las injusticias, que censuren el egoísmo, que aboguen por la libertad y la diversidad y, también, que hable de amor, ¿Quién no recuerda «Bobby Jean»?

Y es que la vida es eso: sentir, vibrar y amar… Y, también, alzar la voz por los que no la tienen. De ahí que para mí siempre será Springsteen, no “el jefe”, sino un ser humano íntegro, amigo de sus amigos, capaz de luchar por los que más lo necesitan.

El mundo de la cultura, en los últimos años, se está empoderando con un mensaje de intransigencia, de que no pasarán y una forma de ver el mundo y reivindicarlo que no tiene parangón en ninguna otra profesión.

Algunos gritan contra los músicos, las actrices o los cómicos: «¿A dónde irán? ¿No podrían callarse de una vez?», estarán pensando. Pero lo cierto es que esa valentía, esa capacidad de comprometerse con unos ideales, fueran los que fuesen, es algo que aunque nos parezca nuevo o sorprendente, en la vieja América de los estadounidenses, eso es algo más que asumido y quizás sea Bruce su mejor expresión.

Ojalá muchos otros siguieran su ejemplo porque, al fin y al cabo, tienen en su poder la capacidad de hacer llegar su mensaje a muchos más que cualquiera de nosotr@s.

Inma Espinilla
Periodista

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  1. Acabo de leer este artículo y estoy emocionado y con la plena certeza de que la cultura es el mejor camino para alcanzar la Libertad del individuo. Sin ella podemos caer en el error de abandonar nuestro espíritu crítico y dejarnos llevar por quienes quieren a la masa adormecida, o sumida en la ira, según les interese. Magnifico artículo, y gran ejemplo el de “The Boss”

  2. Gracias Inma , por la variedad y la genialidad en tus escritos…!!!
    Y tan importante como es la cultura…y en este caso , LA MÚSICA , aprovecho la ocasión y reivindico el derecho de poder trabajar , que nos dejen trabajar con nuestra música …Y que el gobierno ,nuestro gobierno de España ,tenga en cuenta a este sector que tan abandonado está desde el principio de la pandemia.!!

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