Alberto Rubio Mostacero (Guarromán, 1972) no es un alcalde al uso. Su biografía explica en cierta forma esta afirmación. No tiene vocación política, ni habla como un político, ni tampoco tiene intención alguna en prolongarse más tiempo del debido al mando del Ayuntamiento de Guarromán.
Arquitecto técnico -aparejador- por la Universidad de Granada, observa las cosas desde un punto de vista empírico. Su presente y futuro, a diferencia de otros, no depende del superior de turno (Partido Popular), sino de sus capacidades como persona y profesional, porque cree en el esfuerzo y en el trabajo. No es un acto de fe.
Casado y padre de un niño (Alberto) y una niña (Jimena), representa, en cierta forma, la independencia, porque cree firmenente en que una persona es realmente libre cuando es dueña de su propio destino.
Su banda sonora estaría compuesta por canciones del pop español de los 80 y 90. Por ejemplo, de los granadinos 091, con los que ponía a prueba a su mujer. También se identifica con la música de Rosana y Álex Ubago. De hecho, en el baile de su boda sonó ‘Me muero por conocerte’, que el artista vitoriano canta con Amaia Montero. En cuanto a cine, se queda con ‘El nombre de la rosa’, basada en el libro homónimo de Umberto Eco, que, obviamente, ha leído con pasión, y ‘Braveheart’. «Aquel discurso de William Wallace sobre la libertad me marcó», reconoce.
Nos recibe en su despacho del Consistorio, donde charlamos con el alcalde de Guarromán de lo humano y de lo divino, pero también de economía, empleo, despoblación, política y la felicidad, entre una larga lista de temas.
—¿Con cuántas empresas ha hablado esta semana?
—Depende del día. Hoy, por ejemplo, pensaba que iba a tener más lío. Sin embargo, no ha sido así y lo que he hecho es coger la libreta en la que tengo apuntado todo el trabajo relacionado con los polígonos, me he puesto a repasar y he llamado a varias empresas para saber cómo van sus gestiones. Finalmente, he hablado con tres. Lo importante es que vean que te interesas por ellas y que el mejor sitio para implantarse es Guarromán.
—¿Y cuántos kilómetros suele hacer a la semana?
—No se lo puedo decir. Además, desde que está la pandemia, todo ha cambiado mucho. Lo que sí le puedo decir son los kilómetros que tiene mi coche: 133.000 y todavía no tiene cuatro años.
—¿Resulta fácil ‘vender’ Guarromán a las empresas?
—(Suspira profundamente) Cuando fui a comprar mi primer coche, llegué al concesionario solo para que me lo empaquetaran porque tenía claro que es el que quería. Le aseguro que por el vendedor no lo hubiera adquirido.
Antes de vender algo, debes conocer bien el producto. Luego averiguar los pros y los contras que tiene en relación con la competencia y, una vez que sabes dónde está lo bueno, ponerte a vender lo que tienes entre manos.
En el caso de Guarromán se trata a todas luces de un buen producto que ya tienes testado y contrastado, porque conoces otros sitios y sabes el potencial que tienes. La cuestión en ese momento es ponderar lo bueno y minimizar lo malo, para, de esta manera, vender Guarromán de la mejor manera posible.
Este pueblo, además, tiene una ventaja: todo el mundo lo conoce. Primero, porque tiene un nombre pegadizo y, después, por su ubicación estratégica, pegado a la carretera.
—Hablando del nombre, ¿le molesta que se mofen de su pueblo por llamarse así?
—Para nada, hay peores nombres (risas).
—¿Lo mejor de Guarromán está por venir?
—Sin duda. Pero igual de cierto es que todo depende de la época. Imagino que los anteriores regidores pensarían lo mismo. Hace 150 años, por ejemplo, Guarromán era un pueblo de agricultores, donde todo el mundo se conocía y tenía su tierra. De golpe, comenzó a llegar gente de otros lugares a trabajar en las minas que, en cierto modo, alteró la vida de los vecinos. Pero ese aluvión sirvió para Guarromán creciera, hubiera más inversiones y, en definitiva, más trabajo y progreso. El pueblo creció el doble.
Cuando llegó el Polígono del Guadiel, hubo que expropiar tierras y supongo que a muchos de los propietarios no le sentó nada bien. Sin embargo, gracias a ello, Guarromán volvió a crecer y a prosperar. Igual puede pensar algunos ahora, pero le aseguro que lo mejor de este pueblo está por venir, porque así nos lo dicen las previsiones.
—Hasta tal punto de que puede crecer mucho más en todos los sentidos, especialmente en población.
—Eso espero. Le pongo como ejemplo Linares. Puede estar mal, pero siempre tendrá más oportunidades que el resto por su población, al haber más servicios, más comercio, más funcionarios… Con esto le quiero decir es que si ganamos habitantes habría más de todo en el municipio y, por ende, más consumo interno, por lo que daríamos un salto en todos los sentidos. El objetivo no solo es traer trabajo a Guarromán, sino que la gente que se emplee aquí se quede a vivir entre nosotros porque es la mejor opción que tiene.
—¿Cuáles son sus sueños?
—(Piensa antes de responder). Tengo varios. Si hablamos como alcalde, está claro que mis sueños pasan por conseguir todos los proyectos que tengo en cartera, que Guarromán subiera de población y mejore el nivel socioeconómico del municipio con el fin de que nadie se tenga que ir de aquí, como me pasó a mí o a mis hermanos.
Como padre, lo único que quiero es que mis hijos crezcan con salud, trabajen en Guarromán o cerca del pueblo, pero, por encima de todo, que sean felices y buenas personas.
—¿Qué diferencia encuentra entre aquel Guarromán en el que usted jugaba a la pelota de niño y el de ahora?
—La percepción de las cosas cuando eres un niño es diferente. Cada época es diferente, la mía, la de mis padres, las de mis abuelos… Las cosas cambian, al igual que la forma de vivir.
Lo que si veía antes en Guarromán es que había mucho respeto, la gente se saludaba por la calle y era muy participativa en las tradiciones del pueblo. Quizá eso ha cambiado. Veo a la gente ahora más independiente. Las relaciones personales son algo más distantes y he de reconocer que cuesta mucho enganchar a la gente para que participe en las cosas de su pueblo, como, por ejemplo, sacar en procesión a nuestros patronos -el Corazón de Jesús y María Inmaculada Concepción-. Me he visto negro para que lo hagan. Creo que es algo que no es necesario pedir, que debe salir de los propios vecinos porque hablamos de una tradición de siglos. Son nuestros patronos.
En otros pueblos, como Arquillos, se dan tortas por coger a San Antón. Aquí, en cambio, no pasa eso. No lo entiendo, la verdad, cuando hablamos del Corazón de Jesús que es lo más grande que hay, un santo y seña de Guarromán cuando la carretera pasaba por aquí y que está en muchísimos lugares de España.
—¿Por qué ocurre eso?
—No lo sé. No encuentro una razón convicente para que ocurra eso. Simplemente pasa, cuando a mí de pequeño me encantaba ver a la gente mayor llevar al patrón o a la patrona y quería ser como ellos para poder llevarlos. Para mí es un orgullo llevar a nuestro santo. Sin embargo, para otros vecinos al parecer no representa tanto. Es un poco triste.
—¿Cómo es el guarromanense?
—No hay un guarromanense tipo, pero, en líneas generales, se siente orgulloso de sus orígenes, es acogedor y, sobre todo, trabajador.
—Usted es hijo de…
—De Alfonso Rubio, camionero y agricultor, y de doña Mari Cruz Mostacero. Digo lo de doña porque ha sido profesora y, como usted sabe, se utilizaba como tratamiento de respeto.
—¿Se siente querido por la gente de su pueblo?
—(Nuevo suspiro profundo) Me he sentido siempre querido porque pertenezco a una familia conocida, trabajadora y muy respetuosa. Ahora, me siento igual de querido, pero, en honor a la verdad, por la misma gente de antes y por los que me han conocido más como persona que como alcalde.
Luego están los aduladores que a mí, personalmente, me molestan. Los detesto. No quiero oír palabras bonitas ni salir en los medios de comunicación para que me den palmaditas en la espalda. Para mí, el éxito radica en conseguir las metas que uno se propone, y entre ellas no es que la gente me quiera o me aprecie, sino que valore el esfuerzo que realizo por conseguirlas, más allá si soy alcalde o no.
En esta línea, lo que peor llevo es que la gente diga cosas de mí que no son. Eso me molesta profundamente. Soy una persona religiosa y creo que, por encima de todo, hay que hacer el bien sin mirar a quién. Respeto a todos aquellos que no piensan de la misma manera que yo, pero al menos que no molesten con cosas que no se ajustan a la realidad.
—¿Cuál ha sido el último chascarrillo sobre usted que no le ha gustado?
—No lo sé, ni tampoco estoy pendiente de eso. Dicen mis concejales que tengo las espaldas muy anchas, pero, básicamente, porque lo que no es cierto me resbala. Me da igual lo que pongan -en las redes sociales-, no lo leo. Le aseguro que tengo cosas mucho más importantes que hacer durante el día. Tengo claro cuál es mi camino, y sigo para adelante, aunque, como cualquier persona, me equivoco y, obviamente, no llevo la razón en todo.
—¿Cree que es razonable subirse el sueldo en estos momentos?
—Entiendo que la gente piense que no es el momento, que hay que hacerlo al principio del mandato, pero es necesario hacer memoria. En 2007, el anterior alcalde, ganaba 48.800 euros anuales. De eso hace 14 años. La vida ha cambiado y también ha subido. Sin embargo, con todo, cobraba 13.800 euros más que yo.
Conviene recordar, del mismo modo, que en 2008 hubo una crisis aún mayor que esta y, pese a ello, siguió percibiendo lo mismo hasta 2013, cuando se bajó el sueldo a 38.800 euros, 3.800 más que quien le habla.
Mi sueldo, desde 2015, es de 35.000 euros. Lleva congelado más seis años. Creo que a nadie le gusta que estar tanto tiempo cobrando lo mismo, pero lo acepté, incluso después de cambiar el rumbo del Ayuntamiento de Guarromán, el cual me encontré con un déficit, entre unas cosas y otras, de 1,5 millones de euros. Ahora tiene 1,8 millones de euros en positivo, lo que nos permite acometer muchas inversiones.
Este proceso no ha sido solo por el sacrificio salarial del alcalde, pero consiero que subirme el sueldo tres mil euros al año no descuadra las cuentas municipales. Aun así, sigo percibiendo 800 euros menos que mi antecesor.
También es necesario que sepan los vecinos que mi dedicación exclusiva a la Alcaldía ha hecho que tenga que dejar de ejercer como aparejador.
El problema de un Ayuntamiento no es el sueldo del alcalde, sino la gestión que se haga con el dinero de todos los veicnos. En este sentido, considero que mi equipo de Gobierno lo está haciendo razonablemente bien.
—¿Le debe algo a alguien?
—Le debo a mis padres (silencio y, tras una pausa alargada, sigue respondiendo). Los únicos que no me van a reclamar nada. Ellos me han educado, me han dado una carrera y me han enseñado a trabajar. Son ellos los que me echan una mano cuando no llego a final de mes. Así de claro.
—¿Sigue ese mismo patrón con sus hijos?
—Trato de ser con ellos como mis padres lo son conmigo. Intento darles una buena educación, enseñarles el valor del esfuerzo, del respeto al prójimo y del trabajo, lo importante que es ser buena persona y querer a la familia. Lo intento, y en algunos aspectos lo consigo en una sociedad que ha cambiado.
—¿Hay empatía en la política?
—Si le digo la verdad, a mí la política no me gusta. Soy técnico, no político, y como tal trato de demostrar las cosas con hechos. No quiero que las decisiones se tomen al libre albedrío o por razones interesadas, sino porque corresponde. Dicho de otro modo, con papeles y con la norma por delante.
No quiero que nadie piense que el alcalde puede tomar una decisión arbitraria. Por eso no me gusta la política, porque no existe la empatía. La oposición siempre va a buscar el fallo. Le cuesta horrores reconocer que has hecho algo bien.
En la oposición, no me dolía en prendas reconocer las cosas bien hechas, y si se hacían mal proponía iniciativas para mejorarlas. Aquí y ahora no ocurre lo mismo. Parece que nada lo hacemos bien y lo que se hace es con segundas.
—Si no le gusta la política, imagino que no tiene aspiraciones más allá de ser alcalde de su pueblo.
—Lo único que sé es que me han dado una vicesecretaría en mi partido que me va a dar más quebraderos de cabeza que otras cosas, pero entiendo que es de lo mío y si puedo ayudar a la comarca y a la provincia, bienvenido sea. Más de eso, no hay nada.
—¿Cómo es un día en la vida de Alberto Rubio?
—Depende del día. Me gusta comer en casa y charlar con mi mujer. Si llego demasiado tarde a casa, ceno y no tardo en acostarme. Algunas veces, me quedo conversando con mi esposa o con mis hijos, veo una serie o una película. No tengo rutinas o hábito; como le he dicho depende del día.
—¿Apaga el móvil por las noches?
—Lo pongo en modo no molestar, aunque si estoy viendo algo en la tele no paro de mirarlo. Lo tengo en silencio básicamente porque antes era un no parar y molestaba a la familia.
—¿Cómo ideó ‘Puerta de Andalucía’?
—Eso es un peliculón. Es lo que hace que siga de alcalde porque es un abanico de posibilidades tremendas para Guarromán. También le digo que fue surgiendo poco a poco, porque me iba dando cuenta de que nuestras potencialidades eran tremendas.
‘Puerta de Andalucía’ nace cuando somos conscientes del lugar en el que nos encontramos y de las oportunidades que ofrece el Polígono del Guadiel. Además, comencé a ver lo que tenían otros y lo que nos faltaba a nosotros. En ese momento, me di cuenta que no las tenía Guarromán, pero si los municipios de su entorno, como Linares, Bailén, Baños de la Encina… Y, entonces, pensé en que el proyecto iría mejor yendo de la mano de estos municipios, porque la suma de todos nos hace más fuertes, porque podremos cubrir las necesidades de las empresas que quieran venir aquí.
Al final, ‘Puerta de Andalucía’ actúa como una comercializadora de suelo industrial y logístico. Lo importantes es que el que venga se quede.
—Para ser feliz necesita…
—Le confieso que tuve un momento muy duro en mi vida, muy malo, porque no me iban bien las cosas. Estaba hecho un desastre. Tenía la cabeza en otro sitio y, en ese instante, conocí a mi mujer. Desde entonces todo me ha ido bien. Me siento un hombre afortunado.
Lo único que necesito para ser feliz es que no me falte el trabajo, que mi familia esté bien atendida y ver a la gente contenta y alegre. No pido más.
Fotos: David Villalobos Sampedro
El mejor alcalde, porqué como persona es maravilloso y lo conozco desde pequeño, te deseo lo mejor en la vida Alberto.
Es tal como se define, un tío sencillo, cercano, sabe escuchar.
En definitiva una gran persona.
Siempre he pensado que para elegir el alcalde de un pueblo, no hay que mirar el partido, hay que mirar la persona.
Yo le vote y creo que ha sido un acierto.
Tuve el placer de trabajar con él antes de ser alcalde, y verdaderamente es un tío campechano y de trato agradable, después de 8 años sigo de alguna forma en contacto con él, una excelente persona.