Septiembre

Después de unos días, me atrevo a salir del residencial. Atravesar sus puertas es como cruzar la frontera. La vida está al otro lado. Y es que ‘El 92’ es una especie de submundo. Los vecinos conforman mi entorno, mi «miniciudad». Con ellos charlo, con ellos me río, me asombro, me aburro y veo las horas pasar. Sin más.

Les recuerdo que sigo de vacaciones, por lo que puedo disfrutar de una vida tranquila. Y rememoro la canción de Bustamante, no el de Operación Triunfo, sino el cantautor: «Déjame conducirte a los tiempos anteriores al gramófono y la radio…Solitario silencio, mediodía desierto, rumores próximos y lejanos a la vez. Silbido complaciente del vecino, ropa tendida que aletea al sol eterno…Y ya estamos, mejor dicho: Ya somos, unidos en el mundo tranquilo antes y después de la electricidad, de la confusión»…

De repente, como en un vinilo, la aguja ralla. Un chirrido destroza su melodía. Es el frenazo de un coche. Se acabó. Ya estamos en la calle, con su ajetreo cotidiano, con la gente corriendo de un lado para otro.

No es Madrid, mi casa, pero sí un lugar en el que las personas se incorporan al trabajo y preparan la vuelta al cole de los pequeños. Me había olvidado lo que era la cola del supermercado y el bullicio del mercado, aunque este último me gusta. Eso sí, sin perder la perspectiva de que es Jaén. Me molestan esas prisas. Yo ando en otro.

Ya les comenté que he reservado estos días para disfrutar de Martina, para entretenernos echando agua al suelo y esperar a ver si sale un arcoíris, para plantar melocotones que, quizá, nunca florezcan. Nos disfrazamos y volamos. Viajamos lejos y regresamos.

Me acabo de dar cuenta de que llevo días sin ver un informativo, sin escuchar la radio (bueno, solo Radio 3) y lo cierto es que se vive bien en el ‘Mundo sereno’ de Bustamante – «donde no hay noticias de la mañana ni de la noche, solamente mañana y noche»-.

Les advierto que, antes, hay que lidiar con la incomodidad que supone no saber qué está pasando en Afganistán, si Pedro Sánchez ha hecho un gran anuncio e, incluso, conocer la última tontería de Casado.

Esas cosas dan vidilla, la verdad. Y cuesta desengancharse. Al igual que es difícil dejar de mirar Facebook, Twitter o Instagram. Descubro la cantidad de tiempo de calidad que me deja para…. Lo que sea, da igual.

Me quedan pocos días y, pronto, deberé enfrentarme a la rutina. Y vuelvo a tararear a Bustamante: «Yo me voy al tiempo más allá de la televisión y del motor. Que aceleró a sus hijos hasta enloquecer, Y les robó lo más sagrado: las palabras sin prisas, el silencio del árbol, la gota en la fuente, donde las cosas hablan, tiempo de sobra…».

No puedo evitar entristecerme. Poco a poco, hemos perdido la calma. Nos hemos dejado arrebatar lo más importante: el tiempo, la vida y la serenidad.

Y lo peor es que hemos sido nosotros mismos quienes lo hemos hecho. No podemos culpar a nadie. Necesito evadirme. Me quedo con Bustamante: «¡Cómo me gusta!, Cómo me gusta Acariciarte por debajo de la ropa cuando me llevas de paseo en bicicleta y me preguntas si estoy loco: ¡Por supuesto que sí! Estoy loco por ti… ¡Y por tu amiga también! ¡Cómo iba a ser de otra manera en esta tierra de palmeras, de jazmín y de azar!».

Inma Espinilla
Periodista

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