Salvemos el Cerro

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Pues bien, hace justo una semana, nos fuimos de manifestación. ¡¡¡¡Yuhuuuuu!!! Después de un año de pandemia volvimos a tomar la calle y, encima, para defender una montaña: La Fuente de la Peña. Para los que no sean de Jaén capital, les explico: la iniciativa privada presiona para reabrir una cantera en uno de los elementos más característicos del paisaje natural de la ciudad, la montaña que marca el telón de fondo de nuestro casco urbano y a la que conocemos como Fuente de La Peña, o, si me lo permiten, con otro nombre más prosaico como es el de “Cerro de Las Peinetas”.

Lo más curioso de todo esto es que se trata de un cerro catalogado como monte público, es decir, de cada uno de nosotras y nosotras. Es nuestro cerro, tenemos los papeles, pero resulta que la empresa que explotaba la cantera dispone, desde hace “nosecuantos años”, de una curiosa autorización para sacar piedra caliza de allí y reducirlo todo a un buen puñado de escombros.

En realidad, más que una manifestación era un paseo reivindicativo hasta el Ojo del Buey, un pequeño paraje al pie de la montaña desde donde brota un caño de aguas cristalinas los años buenos de lluvia. Parapetados tras una pancarta que decía “salvemos el cerro”, fuimos saludando a amig@s de toda la vida, esos que consideramos familia, qué alegría. Martina, a sus cuatro años, estaba más que preocupada por si conseguiríamos nuestro objetivo. No dejaba de preguntar qué más podríamos hacer. Se durmió buscando soluciones, hablando de cómo realojar a los animales hasta que la montaña estuviera a salvo. Y es que si algo le quedó claro el otro día es que “la montaña no se vende”. Buena lección para su corta edad.

Me fui contenta porque, para ser Jaén, había más gente que de costumbre en cualquier manifestación. La organización (varias entidades y colectivos comprometidos de nuestra ciudad) cifraba la asistencia en unas quinientas personas. Sobra decir que se cumplieron todas las medidas de seguridad.

Durante la caminata, comentábamos el éxito de la convocatoria y un amigo comentaba que plataformas como Change.org han hecho mucho bien, pero también un poco de daño. Y llevaba razón. Una firma desde el móvil tranquiliza la conciencia, pero, sin embargo, hace que se pierda el pulso con la calle. Nosotros preferimos el acto de estar presentes, de ver crecer en directo la reivindicación y crecernos con ella hasta la alegría de alcanzar los objetivos (muy pocas veces) o la decepción (en la mayoría de las ocasiones) de no haber conseguido mover los bloques, cualesquiera que sean, que nos atenazan.

Muchos pensaréis que con actos así nos convertimos en “unos porculeros” como aquel ecologista que nos presentaba Alfonso Ussía; otros concluiréis que sólo alimentamos nuestro ego, construyéndonos a nosotros mismos a la vez que evitamos la destrucción de la montaña; y muchos, muchos otros, pensarán que en algún sitio deberán residir las canteras, fábricas y otras industrias que permiten que nuestro mundo funcione tal y como funciona y como a todos nos gusta que funcione.

A todos vosotros os diré que no os falta razón, que muchos de esos argumentos se entremezclan en mi interior, y no me ruboriza ni una pizca pensar que me siento mejor si soy consciente de lo que quiero y que soy capaz de tomar cartas en el asunto.

Pero hay algo más – algo que descansa en la libre sensación de no tener intereses particulares de por medio – que es esa necesidad ética y estética de preservar lo intangible, de proteger aquello que me acompaña desde mi infancia y que forma parte del paisaje físico, por supuesto, pero también emocional de mi existencia, de mi ciudad, de mi patrimonio inmaterial.

¿Acaso la montaña se acordará de mí? Obviamente no, pero prefiero pensar que algún día, cuando yo ya no pueda calzarme las botas de senderismo, mi hija será capaz de subir al cerro, respirar hondo, contemplar el panorama y recordar aquel día que se preocupó por esa montaña y, soportando una pancarta, contribuyó a que aquel paisaje siguiera existiendo.

5 COMENTARIOS

  1. Del paisaje no se come….os habéis preocupado del empleo que crea esa cantera?y cuantas familias comen de ella?que fácil lo ven estos ecologistas….si os parais a pensar toda actividad está prohibida por vosotros…abrir los ojos que la gente tiene que comer

    • Que coman esas familias de una cantera de suelo no público o protegido, con sus correspondientes estudios de impacto ambiental favorables y cumpliendo la legislación vigente, lo mismo que nos obligan a todos por ejemplo en materia de prevención de riesgos laborales , de formación, etc.

  2. Inma…emocionante. Tus palabras y tus argumentos nos dar fuerza para seguir luchando contra esos que que se «quieren comer todo», que creen que las montañas, el paisaje, el futuro de nuestras hijas, todo, se puede comprar y vender (con tal de que ellos ganen una buena cantidad).

  3. Fantástico artículo. Una reflexión más allá de lo obvio y de los tópicos. Mucho ánimo en vuestras reivindicaciones y confío en que tenga un justo fin. Una vez más de lo anecdótico consigues ofrecer una visión muy esclarecedora. Enhorabuena!

  4. Patético el que comenta que de algo tiene que comer la gente… bastante daño al paisaje han hecho ya los olivareros plantando olivas y destruyendo monte hasta las cumbres más altas!!! No me toquen los cojones

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