Han vuelto a sonar las notas de una guitarra universal que, desde una espadaña recoleta, lanzan al viento una melodía que es la identidad de toda una ciudad. Han sido varios, quizá demasiados, los años en los que el reloj del Ayuntamiento ha estado mudo. Porque nuestro reloj, como ocurre en otras ciudades, entona cada hora con música magistral.

Fue el genial guitarrista, y linarense, Andrés Segovia quien un día soñó con las notas de este ‘Estudio sin luz’ que recorrió los escenarios de medio mundo. Una composición que, con el paso de los años, se quedaría para siempre en Linares como sinfonía de su propia vida.

Desde que era un niño me ha gustado detenerme y guardar silencio si, estando en las cercanías de esta plaza, comenzaba a sonar el cambio de hora. Hoy día sigo sintiendo algo especial cuando, por cualquier motivo, escucho esta pieza.

Esté donde esté, en ese momento, mi mente vuelve a mi tierra. Pero, de igual modo, me ocurre con los que yo llamo los ‘sonidos de Linares’. Porque la ciudad tiene una singular banda sonora que se ha ido conformando con retazos de su propio devenir.

Linares suena al sonido bronco de unos trompeteros que claman cada “madrugá” que Jesús Nazareno está en la calle. Linares suena a clarines taurinos de sol y sombra cuando un grito hace retumbar cada año un “gloria a Manolete”.

El quejío de la taranta minera se hace también linarense al resonar como un eco que parece venir de las entrañas de la galería. Linares suena a banda de cabecera en Semana Santa y al murmullo de los chorros de agua que rompen contra el pedestal de una mujer que alza al vuelo una paloma. Suena a encuentro en las Ocho Puertas, a bullicio de bares de tapas y a campanas de Santa María.

Cada vez tengo más claro que los sonidos forman parte de nuestro patrimonio. Y aquí, en la tierra en la que el tiempo pasa con acordes de guitarra, aún más.