Decía el premio Nobel colombiano Gabriel García Márquez que «la ética debe acompañar siempre al periodismo, como el zumbido al moscardón». De un tiempo a esta parte, los medios de comunicación de ámbito nacional ha encontrado en Linares un filón para recrearse en las desgracias ajenas.
La ciudad soporta, como ya es sabido por todos, una pesada losa de paro crónico que arrastra desde el cierre de Santana Motor. Aquella factoría automovilística que durante muchos años dio de comer a miles de familias del municipio y de la comarca y que, en su recta final, se alimentó de dinero público procedente de la Junta de Andalucía. Desde hace una década Linares ha encadenado crisis tras crisis, no levanta cabeza y la pandemia ha venido a hurgar más en la herida de una población hastiada.
No es necesario que nos lo recuerden cada cierto tiempo -o día-. Ni que se recurra al latiguillo de la ciudad con más paro de España. Pero aprovecharse de esa circunstancia para merodear la carroña y sacar provecho de ello no me parece justo para una comunidad que trata, a duras penas, de ver la luz al final del túnel.
Sin entrar en culpabilidades, lo cierto es que en ocasiones sentimos ciertas punzadas de satisfacción cuando los reveses de la vida le caen al amigo en vez de a nosotros mismos. ¿Por qué nos sucede? ¿Acaso somos unos viles traidores o unos hipócritas? Todo depende del cristal por el que se mire, y la prensa de Madrid -principalmente- siente esa necesidad de trasladar al público el duelo del vecino.
Algo imparable porque se basa en la lógica de los medios (también públicos) y en la condición humana. Siempre habrá quien quiera ver desgracias ajenas y tragedias reales retransmitidas en directo. Y siempre habrá quienes se las sirvan. Si hay demanda habrá oferta. De nada sirven las críticas. Menos aún ese poder de autodestrucción de los linarenses que satisfacen en las redes de que todo vaya de mal en peor. Cualquier noticia, aunque sea positiva, es rápidamente contestada con crudeza y dardos envenenados. El planeo carroñero de costumbre.
El periodismo nunca ha tenido muchos motivos para sacar pecho por respetar el trance del dolor. Se ha aprovechado de ello para vender periódicos o acumular visitas en Google Analytics. En este punto, entono el ‘mea culpa’ porque no estoy libre de pecado.
Linares va mucho más allá del desempleo o los sucesos. Tiene talento, ganas de emprender y, sobre todo, ansias por volver a sonreír. Por eso no hay que apresurarse en celebrar una buena noticia: a la vuelta de la esquina espera otra tragedia en la que el círculo de reporteros ofrece a los deudos la incomestible espumilla de los micrófonos, en vez del lado bueno de las cosas.