«El arte no solo es pintar, sino saber descubrir sentimientos y transmitirlos»

Eduardo Palomares Fernández (Linares, 1954) es quizá una de las personas que más sabe de arte en la provincia. A mediados de la década de los 70 fundó la Galería Eduma, todo un referente cultural de la ciudad y de Andalucía hasta su cierre hace unos años.

En la actualidad, dirige la sala de exposiciones de Gourmet Cazorla, en el Polígono de Los Rubiales. Un espacio de primer nivel por el que ya han pasado muestras de incalculable valor para un municipio de poco más de 57.000 habitantes.

Además de su amplia y relevante experiencia como galerista, es un gran amante del ámbito de la cultura en todas sus disciplinas.

Reunidos en el marco de la exposición ‘Redescubriendo’ sobre el patrimonio pictórico del Ayuntamiento de Linares, conversamos con él sobre un amplio abanico de asuntos relacionados con el arte y la ciudad: los prejuicios de los linarenses, la relación entre política y cultura, la naturaleza potencialmente perniciosa del empleo institucional, la creciente intolerancia a la frustración en la sociedad actual, el aumento de la mediocridad, etc.

También abordamos la figura de dos linarenses ilustres: Miguel Pérez Aguilera y Sebastián Palomo Linares, del que fue su representante y amigo personal hasta su muerte.

A veces coquetea con la grandilocuencia y otras con la polémica. Pero, sobre todo, habla claro, sin hipotecas con el poder, con la profesión o con el público. Señalando a quienes provocan que, a pesar del éxito y la reputación, llevar un exposición adelante siga siendo casi sinónimo de ruina económica.

¿Cómo llega Eduardo Palomares al arte?

—Considero que había unas simientes en mí. Estudiando en Madrid y caminaba desde Cuatro Caminos a la Plaza de España, donde residía, y en ese trayecto me paraba siempre a ver los cuadros de las galerías de arte que habían en la calle Noviciado.

Siempre tuve una inclinación hacia el arte, pero donde realmente decido dedicarme a este mundo es en la mili, en Granada, a través de una galería que había en el Camino de Ronda. Como hice un servicio militar de oficina, por las tardes comencé a trabajar en esa galería con los artistas e incluso a hacer colaboraciones.

En Linares, antes de crear mi propia galería, monté dos exposiciones. La primera fue en 1970 en el hogar del pensionista de la calle Viriato y otra en el Patio de Cristales del Ayuntamiento. Desde muy joven, antes de los 20 años, me dedicaba al mundo de las exposiciones.

¿Qué es arte o el arte?

—Es una manera muy especial de ver las cosas, de ver el mundo, las situaciones que nos rodean, la vida, y luego saber expresarlas. El artista puede expresar belleza o tragedia, pero nace del propio creador. El arte no solo es pintar. Va muchos más allá y es saber descubrir sentimientos y valores y saber transmitirlos. Puede ser una gran pintor y, sin embargo, no ser artista. Este combina el oficio de pintar con el de transmitir ideas y pensamientos.

¿En el mundo del arte hay mucho snob?

—Hay mucho de todo, como en la vida misma, desde artistas que no lo son hasta los que no saben lo que hacen, pasando por los que se creen sus propias obras. Por lo tanto, sí hay mucho snob.

En una ciudad eminentemente industrial, ¿cómo se le ocurre la idea de montar Eduma?

—Fundamentalmente porque era la ciudad en la que había nacido y, después, porque después de recorrer varios lugares me di cuenta de que no había un espacio expositivo para la pintura. Fue entonces cuando decido montar la galería y le puedo decir que tuve ofertas para llevar alguna galería importante en Madrid, pero valoré el bienestar de mi familia y las posibilidades que me abría Linares. No en vano, en aquellos tiempos era una ciudad en la que vivía mejor que una gran ciudad, porque lo tenía todo al alcance de la mano.

Durante mucho tiempo fue la única galería en la provincia.

—Así es. Bien es cierto que cuando nace Eduma en Jaén había dos, que funcionaban más o menos. Luego con el paso del tiempo se fueron incorporando otras durante los años 80, pero, al final, Eduma se fue quedando sola.

¿Cuál es la exposición que más le costó traer a Linares?

—La que más me costó es, precisamente, la que no he podido traer.

¿Cuál era?

—Fue una de Joaquín Sorolla, pero no conseguí a nadie que pagara el catálogo.

¿Cuánto costaba aquel catálogo?

—Un precio ridículo, no creo que fueran más de 25.000 pesetas. Recuerdo que traje una de las primeras exposiciones de Miró a Andalucía con una condición que se cumplió por los pelos. Esa condición era que tenía que vender al menos una obra. El problema vino que cuando acabó la muestra no vendí ningún cuadro. En ese momento, recurrí al Ayuntamiento para que comprara uno: ‘Maravillas con variaciones acrósticas en el jardín de Miró’. Manuel Rodríguez Méndez, que estaba de teniente de alcalde, aceptó la propuesta y la compró para el Ayuntamiento, por 175.000 pesetas. De aquello no gané nada porque la vendí a precio de costo.

¿Cuántas veces se ha visto solo?

—Casi siempre me he sentido solo a la hora de buscar apoyos, pero gracias a los grandes amigos que he tenido, a la gente que ha comprado cuadros en Eduma, pude cumplir 40 años abierto. Las instituciones me han arropado, pero realmente han sido mis amigos y mis clientes los que han mantenido vivo el sueño de la galería.

Pasados los años, ¿se arrepiente de algo?

—De nada. Eduma fue el capricho o el privilegio de poder vivir de aquello que realmente amas y te gusta y hacerlo en tu ciudad. Eso no tiene precio. En ese camino me acompañó mi mujer. Hubo momentos que funcionó todo muy bien y otros que no tanto. Pero siempre me comprendió mi compañera. No me arrepiento porque supe medir exactamente qué era lo que quería en cada momento, qué es lo que tenía que traer. La meta nunca fue vender. Mi sueño era otro, presentar aquí la evolución del arte y lo que realmente era bueno y tenía calidad.

Por eso, cada vez que diseñaba la programación anual tenía en cuenta que hubiera un artista de Linares y los movimientos que, por ejemplo, había en Madrid. También traía exposiciones que sabía que gustaban al público.

¿Se siente profeta en su tierra?

—Si dijera que sí, mentiría. Quizá mi fallo es que pretendí ser profeta en el lugar, a lo mejor, menos indicado. Sebastián Palomo Linares me dijo más de una vez: «Lo peor que hiciste fue quedarte aquí. Yo me fui y cuando regreso todo el mundo me recibe con los brazos abiertos porque no ando tomando vinos por las calles de Linares». Con ello, lo que me quería decir es que formaba parte de la ciudad y, al final, eso se convierte en rutina.

Al cabo de los años, lo único que sé es que me ha querido y me quiere mucha gente, pero no he conquistado el corazón de mi tierra.

Usted, entonces, es uno de tantos linarenses que, por un motivo que no alcanzo a comprender, no han sido valorados como se merecen en Linares. Otro de esos ejemplos es el de Miguel Pérez Aguilera, uno de los mayores intelectuales andaluces del siglo pasado.

—En esta ciudad hay gente prominente que no tiene ni idea de quién es Miguel Pérez Aguilera, a pesar de que se han montado exposiciones aquí. Hace muchísimos años, cuando los escolares iban a mi galería, les preguntaba por pintores de Linares y el 95 por ciento solo conocía a Francisco Baños, un gran artista, por supuesto, pero duele que nadie valore lo extraordinario que fue Pérez Aguilera, profesor de Bellas Artes en la Universidad de Sevilla y, como usted dice, uno de los grandes intelectuales andaluces.

Fue una persona de origen humilde con menos proyección en Linares, quizá por su propio hermetismo. Siempre supe de él y lo conocía personalmente. Por eso, a los chavales les hablaba de él y de su importancia.

Es uno de los fallos de esta ciudad, no valorar realmente lo que tiene.

—Pienso que es una de las asignaturas pendientes de las instituciones de esta ciudad. Creo que, a lo largo del tiempo, no se ha sabido reconocer públicamente a determinadas personas nacidas aquí que han hecho mucho en distintos campos y disciplinas. Pocos lugares pueden presumir de contar con un capital artístico tan amplio como el que tenemos en Linares. Es una verdadera pena, la verdad.

Sin ir más lejos, me pasa con Sebastián Palomo Linares. Me abrumó muchísimo lo que se puso en redes sociales. Uno de mis hijos me dijo que no entrara al trapo porque no merecía la pena. Todos aquellos comentarios negativos no los entendía.

Sin embargo, aquí se han dado homenajes y reconocimientos a personas que verdaderamente no tienen el peso o la trayectoria suficiente para recibirlos. Es algo que pasa con demasiada frecuencia aquí.

Quiero que me hable de Sebastián Palomo Linares desde su vertiente como pintor. ¿Qué aportó al arte?

—La pintura siempre formó parte de su vida. Tuvo esa vena artística desde pequeño. Sin embargo, esperó al final de su carrera taurina para dedicarse en cuerpo y alma a ello. Quizá, uno de los grandes hándicaps que tuvo fue que era conocido por una faceta concreta (el toro) y costaba entender que podía dedicarse a otra con la misma capacidad.

Es cierto que las puertas de muchas galerías se abrieron, y llegó a exponer en muchas partes del mundo, pero faltó que fuera valorado como pintor, más allá de sus triunfos en las plazas de toros.

Sin conocer realmente el oficio ni las técnicas, que fue aprendiendo poco a poco, consiguió que su pintura tuviera un sello personal. Su obra era muy temperamental, muy colorista y con un mensaje en cada uno de sus cuadros. Cada cosa que hacía estaba muy pensada.

Usted ha visto pasar la vida en la calle Isac Peral, ¿cuántos secretos guarda dentro?

—(Ríe) He llegado a conocer a mucha gente y, lógicamente, guardo algún que otro secreto. Por mi galería han pasado grandes coleccionistas de arte que se han llevado cuadros muy especiales. En la calle Isac Peral tuvimos hasta la osadía de crear una asociación de comerciantes. He estado en muchos frentes, desde el patrimonio minero hasta todo tipo de proyectos relacionados con Linares. Por fortuna, he tenido el privilegio de conocer a infinidad de personajes que han sido importantes para el desarrollo de la ciudad.

Incluso formó parte del movimiento intelectual de esta ciudad. ¿Qué queda de aquello?

—Nada. El último intento que recuerde fue cuando se intentó crear la Universidad Popular, entre los que destacó Francisco López Villarejo, que, posteriormente, fue director del Festival de Cine Iberoamericano de Huelva. Alrededor de ese grupo de personas ligadas a la Historia se creó ese movimiento intelectual del que habla. Seguramente, antes, hubo otro porque Linares ha contado siempre con grandes pensadores. Incluso, en aquella época de los 70 y 80 hubo una asociación de artistas plásticos. Eran tiempos en los que había mucha más inquietud e interés por hacer cosas. Por desgracia, mucho de eso se ha perdido.

El problema viene cuando queremos meter esas iniciativas ciudadanas en las instituciones. No es bueno porque se acaba con el concepto original de la idea. Los partidos siempre deben estar al margen de los movimientos.

¿Por qué no llegó a consolidarse la Universidad Popular?

—Pues no lo sé. Fue la primera Universidad Popular de la provincia, pero a alguien no le interesó que tirara para adelante.

¿Quién fue?

—No se lo voy a decir. Lo único que puede avanzar es que ese grupo de personas que formaban la Universidad Popular eran algo rebeldes, con unas ideas muy concretas que no casaban con lo establecido.

¿Qué le hubiera aportado a Linares?

—Mucho. Lo mismo que ha aportado en otras ciudades, como Jaén. Hubiera sido una fuente de ideas e iniciativas para Linares, desde ciclos de cine a talleres, ferias o cursos de todo tipo. De Linares se han tomado ideas que luego han salido adelante en otros lugares. Por ejemplo, en mi caso, propuse aprovechar los hornos de la Fundición La Cruz para que Linares fuera el centro de los escultores de España. Era una de las tantas propuestas que, hoy en día, siguen saliendo de esta ciudad.

¿Qué parte de culpa de lo que le pasa a la ciudad tienen los políticos?

—Muchísima porque de ellos depende la toma de decisiones. Pero también la ciudadanía tenemos nuestra parte de culpa por confiar las iniciativas en ellos. Yo he hecho muchas cosas que no han necesitado de su ayuda o colaboración.

Ahora voy a traer la exposición de Miguel Pérez Aguilera con o sin respaldo de las instituciones. Lo que nos tenemos que meter en la cabeza los linarenses es que depende de nosotros nuestro destino, y son los políticos los que tienen que escucharnos porque son servidores públicos. Están a nuestro servicio.

Conviene recordar de que el trabajo lo crean las empresas, no los políticos. Ya tuvimos un ejemplo con Santana Motor y ahí está el resultado. Lo peor que pudo pasar es que la Junta fuera su propietaria. Las empresas son de los empresarios y si necesitan que le echen un cable, pues que los ayuden, pero no soy partidario de que las instituciones interfieran en la iniciativa privada. La única misión del político es gestionar bien nuestro dinero.

¿Gourmet Cazorla le ha dado una segunda oportunidad cuando menos la esperaba?

—Llegó en un momento en el que ya había decidido retirarme y marcharme a Málaga, donde vivían dos de mis hijos. Aparecieron Juanjo y Antonio y me hablaron de este proyecto tan bonito. El arte tiene un enorme significado para esta empresa y, en especial, para Juanjo que es pintor y artista. Para él, contar con la galería es como alcanzar la cumbre. La idea me pareció maravillosa porque no me tenía que ir de Linares y, además, me daban un espacio espectacular y libertad absoluta. En cierta forma, estoy viviendo una segunda juventud en el mundo del arte.

Fotos: Javier Esturillo  

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