El paisaje minero, uno de los más importantes del Sur de la Península, languidece por los saqueos, el vandalismo y la negligencia en la gestión pública y privada
La Lista Roja del Patrimonio ha dado la voz de alarma a través de Hispania Nostra sobre el deterioro que sufren los restos del pasado industrial de Linares. Afeado por pintadas de vándalos, saqueado durante décadas y olvidado en el entramado burocrático, la historia del paisaje minero languidece a un ritmo descontrolado.
Edificios, caminos, senderos que forman parte de la época más esplendorosa de la ciudad y que figuran como protegidos por la Administración, pero solo sobre el papel. La realidad es bien distinta. Los datos generales sobre la ruina de nuestros bienes culturales nos muestran un cuadro verdaderamente desolador que ha puesto al complejo Mina-Fundición La Tortilla en el centro de la diana.
Su inclusión en la citada Lista Roja confirma la incapacidad pública y social para asumir una mínima responsabilidad en la conservación y gestión de un legado que aspiró un día a ser Patrimonio de la Humanidad, como lo es el Parque Minero de Almadén (Ciudad Real) o la ciudad de Sewell (Chile), por citar solo dos muestras. Hoy por hoy, postularse a tal reconocimiento es una quimera a tenor del estado que presenta el distrito minero.
Años y años de desidia
El problema no radica en los actuales gestores del Ayuntamiento o de la Junta de Andalucía, sino en años y años de desidia de la que también son responsables los linarenses. Baste decir que La Tortilla es objeto de asaltos, vandalismo y escenario para celebrar botellones. Hasta cuatro denuncias ha presentado la Administración municipal -sin demasiado éxito-, en los últimos tiempos, contra quienes no respetan esta herencia.
El deterioro irreparable de todo su patrimonio industrial y de la memoria colectiva depositada en chimeneas, pozos, fundiciones, norias, trenes… chocan de frente con la «compleja gestión» de unos bienes de titularidad pública en unos casos y también privada en otros. La relación es tan extensa que es «como ponerle puertas al campo», reconoce el técnico municipal Juan Parrilla, una de las personas que más empeño pone a diario en el cuidado del distrito junto con voluntarios y colectivos, como Proyecto Arrayanes.
Asunción de competencias
¿Qué hacer entonces? ¿Cuál es la solución? Su respuesta no es nada sencilla. Pasaría, en cierto modo, porque cada Administración asuma sus competencias y actúe conforme a la norma. Sin embargo, visto lo visto, es pedir un milagro dada la lentitud con la que se mueve la gestión pública y, sobre todo, la falta de recursos económicos para proteger un espacio tan grande de sitios de interés histórico.
Hasta ahora, se ha optado por la política preventiva. Si no se puede restaurar, mejor tapiar o poner candados que dejarlos caer. Todo ello sin olvidar que en patrimonio, la Administración competente son las Comunidades Autónomas, es decir la Junta de Andalucía en este caso.
Labor municipal
El actual equipo de Gobierno (Ciudadanos y Partido Popular) no es ajeno a lo que sucede en torno al patrimonio industrial. De hecho, desde que comenzó el mandato se han llevado a cabo distintas acciones para aumentar su protección y conservación.
Así, según el área de Cultura, solo desde el pasado noviembre, se ha realizado una intensa labor de investigación para elaborar informes sobre los emplazamientos minero-metalúrgicos para enviarlos a la Junta, al mismo tiempo que se ha recopilado información para futuras exposiciones y conferencias.
También se ha informado a la Delegación Territorial de Cultura sobre la situación de La Tortilla para que tome cartas en el asunto y aporte soluciones a su abandono.
Por otro lado, se ha diagnosticado el estado de los senderos y se ha trabajado en el proyecto de la mina visitable de Los Lores para darle el definitivo empujón que necesita para su apertura al público.
A todo ello hay que sumar la petición de cien mil euros en el presupuesto de 2021, así como otros fondos para intervenir en el paisaje minero.
Sea como fuere, las piedras no tienen por qué ser una ruina. Es más, como decía Unamuno, «hasta una ruina puede ser una esperanza», máxime para una ciudad que apuesta por el turismo como motor económico.