Aliens, ¡go home! (lo extraordinario al trasluz del prisma español)

¡Pero qué está pasando, señores! «¿Será posible?, ¿acaso es una alucinación?», pensé cuando tuve aquello ante mis ojos. Casi me da un soponcio: el pasado tres de febrero, El Confidencial, el diario Marca y al menos otro periódico de tirada nacional cuyo nombre mi exigua memoria se niega a proporcionarme, nos traían una información chirriante para estas latitudes: la cosita extraterrestre.

Lo hacían a propósito de la publicación del libro ‘Extraterrestre’ (editorial Planeta), de Avi Loeb, quien no parece ser un mindundi: es catedrático de Astrofísica en Harvard. En dicha obra, el autor sostiene que el asteroide Oumuamua, divisado en 2017 –la madre que parió al nombrecico–, es la primera señal de tecnología de allende los cielos que ha captado el hombre.

Aporta razones: la forma extraña del mismo, la inusitada velocidad con que atravesó el sistema solar, y, principalmente, un cambio repentino de trayectoria cuando transitaba junto al sol, como si hubiera dado un volantazo tratando de evitar la gravedad de nuestro astro plenipotenciario.

La información en sí no es que sea la monda. No es raro que los informativos mejicanos, chilenos, estadounidenses o brasileños muestren grabaciones de objetos de difícil catalogación vistos en el cielo. Lo inusual es que esto, siendo de lo que no suele traspasar el límite de los canales de YouTube dedicados al ramo de lo oculto, haya dado el salto a la prensa de carácter general.

Porque, digámoslo, no cuadra con nuestra idiosincrasia. Pongamos un ejemplo: una nave gigantesca queda detenida sobre el cielo de una ciudad principal –Nueva York mismo–; de ella desciende el gachón o la cósmica al mando y tras un discurso solemne queda establecido el contacto entre la especie humana y estos prendas. Ni que decir tiene que el suceso tendrá un mismo reflejo en la prensa mundial.

Pero…, ¿en España? Sin miedo a equivocarnos podríamos aventurar titulares como este: «Los carteristas hacen su agosto mientras la gente mira embobada al cielo», lo que daría también para que el editorial del día viniera dedicado a la inseguridad ciudadana. No hay remedio; son siglos de Sancho-panzismo, de mirar lo extraordinario con gafas Don Prosaico, que tornan los fuegos artificiales en luciérnagas, visten a las hadas con sacos y extienden una capa de escepticismo castizo sobre lo novedoso y lo sospechosamente moderno. Los españoles somos realistas.

A pesar de eso, hemos ensayado la apertura hacia lo extraordinario en varias ocasiones. Una durante nuestra cacareada transición, y por aquella puerta se colaron los Jiménez del Oso, los Germán de Argumosa, los Andreas Faber-Kaiser de la época, que lidiaron con lo insólito revestidos de sobriedad, de solvencia, pero también del romanticismo que acompaña a los pioneros.

Luego vinieron los noventa, que con no se sabe qué combinación de factores iría convirtiendo aquello en una verbena. Pero una verbena española, repleta de mutantes paridos por nuestro folklore, como si el autobús que iba a Lourdes se hubiera perdido en La Ruta del Bakalao, y de ahí salieron un Carlos Jesús, un Tristanbraker, un Rappel, como si un impulso misterioso nos condujera paulatinamente a la caricatura y la charanga en cada intento por ponernos trascendentales.

Volviendo al hilo del tema Ovni, hay toda una serie de elementos que resultan cuanto menos chocantes. Uno, el propio término Ufología, cuyo sufijo nos remite al Logos, como si nos hubiéramos topado con una ciencia establecida. Aunque lo cierto es que no se puede hablar de método, y para remate ni siquiera hay objeto de estudio. Todo se reduce, pues, a testimonios personales, foto-grafías, grabaciones, avistamientos, por lo que parece más exacto el uso de otro vocablo, como Ufonogsia, por ejemplo, que alude a lo sensorial y de un modo específico a lo que retenemos a través de la vista. Queda apuntado el término, por si prospera.

Sin nada concreto que estudiar, la Ufología (Ufonogsia), se esparce sobre el cotejo de experiencias que cuentan, eso sí, con algún calado. Se dividen principalmente en dos: abducciones y con-tactos.

Las abducciones son, grosso modo, como siguen: troleo del aparataje electrónico, fulgores junto al camino, aparición de la nave, estupefacción y absorción al interior, rayo mediante. Lo que ocurre ahí dentro es rememorado luego en pesadillas o regresiones hipnóticas –muy de fiar todo–, pues al parecer nuestros visitantes esconden sus proezas con un parcheo de la memoria.

Y tienen razón, no crean, porque lo del Ovni no es plato de buen gusto. Acaba invariablemente en una exploración en la que a los abducidos no les suelen preguntar qué tal les viene. De buenas a primeras se ven espatarrados sobre una camilla quirúrgica y rodeados de hombrecillos esmirriados y cabezones que toquetean donde no deben. Porque no hay abducción que se precie sin su chequeo anatómico, con especial énfasis en los órganos reproductores. Esto ya huele a chamusquina, la verdad.

¿Qué cosa nueva esperan encontrar que no hayan visto en las cien primeras exploraciones? Ni que aprovecharan para grabar películas cochinas y distribuirlas en su planeta. Ya ven, no son tan diferentes de nosotros. También juegan a los médicos. Aunque, qué quieren que les diga, como fantasía parece un poco ton-tuna y pasada ya de moda. ¡Y estos raspados, pasándose por el forro nuestro libre albedrío!

Como el comportamiento de los extraterrestres es por lo general asomar la pezuña y darse el piro, mostrar su superioridad técnica y volatilizarse como saltimbanquis sin decir ni pío –lo cual pa-rece más bien maniobras de desestabilización–; como no van de frente, decíamos, ha proliferado toda una suerte de portavoces, mánagers o sepa Dios qué, más conocidos como contactados.

Los ha habido de cierta fama como Sixto Paz, Billy Meier, Adamsky, Siragusa, quienes hablan en nombre de aquellos que han cruzado el Universo pero una vez aquí no saben cómo dirigirse al populacho. O como dicen los propios contactados: la humanidad aún no está preparada para escuchar su mensaje.

Porque se ha hablado y se habla de elevar nuestra vibración, de equilibrio con la naturaleza y de la llegada de un nuevo paradigma social y espiritual que, queramos o no, debemos aceptar por nuestro bien. Aparte de que esto lo dice cualquier coach de medio pelo, parece que el paraíso venidero no va a ser para todos: sólo para unos 500 millones y poco más, que será la población que tendrá la Tierra en el futuro por esto del equilibrio ecológico. Eso dicen unos tales Pleyadianos, unos titis la mar de majos ellos, que le dan un aire al equipo que mandó Suecia a los Juegos Olímpicos de Montreal 1976.

Se equivocan estos aliens. La humanidad está preparada para esto y mucho más… porque ya lo hemos vivido antes. Eugenesia, nuevos ciclos históricos, aceptar los dictados de una élite “por nuestro bien”, imposición de una nueva espiritualidad porque sí, sin consenso teológico previo; todo eso no son más que resabios totalitarios que por su aderezo místico nos remiten a figuras como a la de Nerón o a la de los reyes persas: Ciro, Jerjes, Artajerjes…, tiranos y dioses. Y lo más desconcertante es que esta ensaladilla extraterrestre es un eco perfecto de la Nueva Era, estandarte espiritual de una maniobra global que va despuntando por su cercanía: el Nuevo Orden Mundial. Baste añadir que muchos de los contactados han acabado formando sus propias escuelas místicas (sectas).

De habérnoslas con una de estas patrullas del cosmos, terminada su faena médica, sus mensajes de pastoreo, sería bueno poder preguntarles alguna cosa. Por ejemplo, por qué sus naves parecían cafeteras en los 50, eran naves nodrizas a partir de los 70, cuando se estrenó “Galáctica”, la serie, y pasaron luego a formas geométricas y cilindros, justo cuando el minimalismo y conceptos de la física cuántica empezaron a ser populares. ¿A qué viene este desarrollo paralelo entre el fenómeno Ovni y la ciencia ficción? ¿Quién se nutre de quién? De paso podían explicar también por qué se parecen facialmente a nosotros.

Teniendo en cuenta que la siguiente disposición de los sentidos: vista, oído, olfato y gusto, así, de arriba abajo, responde a un canon morfológico fruto de un proceso de adapta-ción a un entorno concreto –la superficie terrestre–, ¿cómo ellos, teniendo cara, pueden decir que no son de aquí y vienen del espacio? ¿No será que además de cara tienen jeta?
Pero sabiendo que están acostumbrados a entrometerse en lo nuestro y por sus mensajes pa-rece que seguirán a lo suyo, no creo que haya respuesta. Quizá sea más práctico maldecirlos en caló o rociarlos con agua bendita. Se podrían dar varias reacciones: que nos enteremos de que son unos pobres diablos, o que les dé reparo y nos digan por fin para qué agencia trabajan y quién les ordena ponerse tantos disfraces. ¿La CIA, el Averno o Netflix? Hagan sus apuestas, señores.

Aliens, ¡go home! O en cristiano: ¡Camino, Puerta y Mondeño! Ale, a vuestra puta keli.

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